Pablo Martínez-Juarez
Cambiar de idea no es fácil. Puede serlo si de lo que hablamos es del plato que vamos a seleccionar en el menú de un restaurante, pero no cuando hablamos de creencias, posturas políticas o prejuicios.
Pero, ¿por qué es tan difícil? Supuestamente el ser humano es un animal racional, y lo racional es adaptar nuestras creencias en función de la nueva información que nos vaya llegando. Algo que si hacemos es a menudo a regañadientes.
La respuesta rápida: no somos tan racionales como creemos.
Antes de adentrarnos en la respuesta lenta, en el por qué, puede que nos ayude a saber el cómo. Cómo hacemos para mantenernos en nuestras trece sin cambiar de parecer aun cuando las pruebas de algo son abrumadoras. Porque son varios los recursos que tenemos para esto.
El primer paso para mantener nuestra obcecación es el de ignorar todo aquello que confronte nuestro punto de vista. Tendemos a rechazar o hacer caso omiso a las fuentes que suelen traernos información que pueda contradecir nuestro punto de vista. Hasta el punto de que pueden llegar a hacernos sentir amenazados y hacer que nos enrroquemos en nuestra posición.
Como explica Keith M. Bellizzi, profesor de desarrollo humano de la Universidad de Connecticut, en un artículo en The Conversation, nuestro rechazo por los datos que contradigan nuestras creencias puede ser tal que acaben teniendo el efecto contrario. Es lo que denomina el efecto “tiro por la culata” (backfire effect).
Por supuesto, ignorar lo que nos contradice viene de la mano de enfocarnos en aquello que confirma nuestras ideas y posturas. Solemos hablar a menudo de las camaras de eco cuando buscamos en los medios y redes sociales no ideas nuevas sino aquellas que refuercen las que ya tenemos.
Todos estos fenómenos encajan en eso que llamamos el sesgo de confirmación. Este sesgo va más allá de nuestra tendencia a buscar información, también puede afectar, por ejemplo, a nuestra forma de interpretar lo que nos llega.
Incluso la memoria puede jugar en nuestra contra, haciendo que olvidemos más fácilmente las informaciones que contradigan nuestras posturas que aquellas que las confirma.
Distintas corrientes de la psicología estudian cómo formamos nuestras opiniones, cómo las mantenemos y cómo las cambiamos. Por ejemplo la hipótesis de la afirmación propia pone en relieve que somos más receptivos al cambio de opiniones cuando nos sentimos bien con nostoros mismos.
Otra corriente, la de la cognición cultural, considera que formamos nuestras ideas con el fin de mimetizarnos con las de los grupos con las que queremos identificarnos. Ambas corrientes parten de una visión levemente tribal en la que las opiniones nos ayudan a dibujar líneas entre “buenos” y “malos”, explica David Ropeik en Psychology Today.
Desde un punto de vista neurológico a menudo se habla del cortisol (una hormona vinculada con el estrés) como la responsable de nuestra cerrazón ante nuevas ideas que contradigan nuestras convenciones. Según esta hipótesis, nuestro cerebro reaccionaría ante estas ideas como ante las amenazas, segregando una hormona que nos pone en estado de alerta.
Esto es llamativo si tenemos en cuenta que nuestro cerebro presenta también una tendencia evolutiva hacia la búsqueda de información nueva. Cuando buscamos nueva información y la encontramos segregamos otra hormona, la dopamina, vinculada esta al sistema de recompensa de nuestro cerebro.
La psicología también ha estudiado qué pasa en nuestro cerebro a escala orgánica. Un estudio publicado en la revista Nature Neuroscience en 2019 analizó el cerebro de una cuarentena de participantes empleando un escáner de resonancia magnética.
Indagaron en sus cerebros mientras reaccionaban a información sobre estimaciones numéricas (el valor de una propiedad inmobiliaria) diferentes a las propias. Estomaciones que podían coincidir o no.
El equipo prestó especial atención a la corteza prefrontal posterior media, el lugar que debería ser encargado de “absorber” las nuevas ideas, en este caso las nuevas estimaciones. Observaron que el área se activaba cuando las estimaciones estaban en acuerdo… pero no ante un desacuerdo, independientemente del grado de convicción con el que la estimación se planteara.
Pero sería absurdo pensar que es imposible cambiar de idea, cambiar nuestras convicciones es posible y de hecho lo hacemos a menudo. Cambiar de idea puede ser más fácil de lo que parece, lo que ocurre es que no nos damos ni cuenta.
Un ejemplo clásico es el dado por un cambio de gobierno. Algunos estudios han identificado como unas elecciones pueden cambiar nuestra percepción del estado de la economía: si mi partido entra en el Gobierno, mi percepción de la economía mejorará; si sale de él, en cambio, mi percepción de la economía será más pesimista.
Cambiar de opinión no está reñido con la irracionalidad.
Muy a menudo no admitimos que cambiamos de opinión porque lo hacemos sin darnos siquiera cuenta. El psicólogo y premio Nobel de Economía Daniel Kahneman explica este fenómeno en su libro “Pensar rápido, pensar despacio”. Su origen está en el hecho de que nuestra memoria no es buena recordando nuestros estados mentales del pasado.
Cuando cambiamos levemente de opinión tendemos a rellenar los huecos en la memoria en base a lo que pensamos ahora, de forma que nuestras posturas nos parecen coherentes en el tiempo. Es lo que se denomina el sesgo de retrospección.
Kahneman da algunos ejemplos basados en estudios realizados entre 1975 y 1995. En uno de ellos, por ejemplo, en un estudio realizado en 1977 se preguntó a un grupo de participantes sobre su postura en torno al tema de la pena de muerte. Tras ello los participantes escucharon un mensaje “persuasivo”, bien a favor, bien en contra de la pena. Cuando los investigadores pidieron a los participantes reconstruir su postura anterior se toparon con diversas inconsistencias y contradicciones en el relato.
La polarización social y política es uno de los temas más tratados en los medios. Comprender nuestros sesgos y nuestra irracionalidad puede ser un primer paso para evitar caer en la irracionalidad. La obcecación nos hace susceptibles a caer en engaños y en discusiones evirables. Además, cuanta más grande es nuestra cerrazón, más grande puede ser la caída cuando acabemos cambiando de parecer.
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