Durante la Segunda Guerra Mundial, la Alemania nazi construyó cientos de refugios antiaéreos para proteger a la población civil y a infraestructuras críticas. Tras la guerra, la mayoría quedaron abandonados. En un punto no revelado de Fráncfort, uno de estos búnkeres ha adquirido una nueva función estratégica: albergar uno de los mayores almacenes europeos de tierras raras y metales críticos.
En pleno deterioro del comercio global y con Europa enfrentándose a una peligrosa dependencia, este refugio subterráneo se ha transformado en un depósito de seguridad extrema para materiales esenciales para la industria moderna, desde la electrónica hasta la defensa.
La reactivación del búnker responde a una crisis. Desde que China endureció en abril sus restricciones a la exportación de tierras raras y metales estratégicos, los inventarios europeos han quedado bajo mínimos. Tradium, uno de los dos grandes importadores alemanes, comenzó a recomprar existencias a inversores privados y a redistribuirlas directamente a empresas europeas de sectores clave como la automoción y las energías renovables.
El antiguo búnker, reformado desde 2011, ofrece más de 2.400 metros cuadrados de almacenamiento con distintos niveles de seguridad. En su interior se alinean cientos de bidones cargados de neodimio, praseodimio, disprosio o terbio, junto a otros metales especializados. En total, unas 300 toneladas que constituyen la mayor reserva conocida de Europa.
El impacto de las restricciones chinas se refleja en los precios. El disprosio ha superado los 900 dólares por kilo, más del triple que antes, mientras que el terbio ronda los 3.700 dólares. Para las empresas europeas, el precio ha pasado a un segundo plano: el verdadero problema es la disponibilidad inmediata.
El nivel de protección del almacén es máximo. Incluso en caso de robo, los materiales no podrían reintegrarse en la cadena industrial sin la certificación pertinente, lo que los hace inútiles fuera del circuito legal. Los clientes pagan hasta un 2% anual del valor almacenado en concepto de logística y seguro.
Mientras tanto, la diplomacia europea trata de ganar tiempo. El ministro alemán de Exteriores, Johann Wadephul, ha viajado a Pekín para negociar, aunque ha reconocido que no hay señales claras de un alivio a corto plazo.
El búnker de Fráncfort es un símbolo físico de hasta qué punto la geopolítica ha penetrado en la economía europea. Allí donde antes se protegía a civiles de los bombardeos, hoy se protege a la industria de la asfixia estratégica. La pregunta que flota entre sus muros no es cuánto costarán mañana estos materiales, sino cuándo volverán a circular con normalidad y si Europa logrará construir una autonomía real antes del próximo corte de suministro.
**REDACCIÓN FV MEDIOS**