Si hay una civilización a la que el imaginario colectivo español dedica festividades y eventos varios, esa es el Imperio Romano. No obstante, estuvieron más de seis siglos en la península ibérica gracias a su labor de expansión. En su mejor época, Roma llegó a abarcar tres continentes: desde Gran Bretaña a los Cárpatos en Europa, el norte de África y Asia Menor. Para llevar a cabo tal extensión, sus legiones tuvieron grandes contiendas como las guerras Púnicas, la batalla de Cannas o la de Pidna.
Por si la vida en el frente no fuera lo suficientemente dura, los soldados que custodiaban la frontera noroeste del Imperio Romano tenían que confrontar un enemigo que no es tan épico como para aparecer en los libros de historia, pero que también causaba bajas: los parásitos intestinales. Más concretamente, en el norte de Inglaterra, cerca del muro de Adriano.
Un equipo de investigadores de las universidades de Oxford y Cambridge ha descubierto, tras analizar el sistema de alcantarillado del fuerte romano de Vindolanda, tres tipos de parásitos intestinales: lombrices intestinales, tricocéfalo y *Giardia duodenalis*. De hecho, es la primera vez que se documenta la *Giardia* en la Britania romana.
Las lombrices intestinales, el gusano látigo o tricocéfalo y el protozoo conocido como *Giardia lamblia*, *intestinalis* o *duodenalis* son tres parásitos del aparato digestivo que se propagan por una mala higiene o por el contacto entre heces humanas infectadas con alimentos, bebidas y manos.
Los tres tipos de parásitos, que hoy son fácilmente diagnosticables y tratables para una completa recuperación, no lo eran tanto en la antigua Roma. Como explica la coautora del estudio y arqueóloga de la Universidad de Cambridge, Marissa Ledger: “Aunque los romanos eran conscientes de los gusanos intestinales, sus médicos podían hacer poco para eliminar estas infecciones o ayudar a quienes sufrían diarrea, por lo que los síntomas podían persistir y empeorar. Estas infecciones crónicas probablemente debilitaban a los soldados y reducían su capacidad para el servicio”.
El fuerte Vindolanda es una auténtica joya para profesionales de la historia y la arqueología. Situado entre las actuales Carlisle y Corbridge, en Northumberland, se construyó a principios del siglo II d.C. para proteger la provincia de ataques de tribus del norte y vigilar el imponente muro de Adriano, que se extiende desde el mar del Norte hasta el mar de Irlanda, con fuertes y torres distribuidos a lo largo de su extensión. En el fuerte había unidades de infantería, arqueros y caballería procedentes de todo el Imperio.
Más allá de la magnificencia de la construcción, lo más interesante es el valor que ha ofrecido Vindolanda a los amantes de la historia porque, gracias a su suelo saturado de agua, se han conservado una gran cantidad de objetos orgánicos: mil tablillas de madera que servían como una suerte de cuadernos de bitácora, más de 5.000 sandalias de cuero y también restos fecales. Los sedimentos de un desagüe del siglo III, procedente de una letrina del complejo termal, han sido la fuente de esta investigación.
A partir de 50 muestras de sedimento tomadas a lo largo del conducto, de unos nueve metros de longitud, encontraron desde cuentas romanas a cerámica, pasando por huesos de animales. Y bajo el microscopio, toda una fauna intestinal. Aproximadamente el 28% de las muestras tenía huevos de lombrices o tricocéfalos, y una de ellas de los dos. Usando la técnica biomolecular ELISA detectaron la *Giardia*. Asimismo, analizaron una muestra de otro fuerte construido en el año 85 d.C. y abandonado en el 92 d.C., donde encontraron lombrices y tricocéfalos. Así dedujeron que los soldados sufrieron deshidratación y enfermaron con brotes de *Giardia* en verano, normalmente asociada a agua contaminada y de rápida expansión.
La alta carga de parásitos intestinales detectados en Vindolanda no es un hecho aislado, ya que son similares a otros enclaves militares romanos como Valkenburg (Países Bajos), Carnuntum (Austria) o Bearsden (Escocia). Y tenían que dar hasta las gracias, porque en los yacimientos urbanos como Londres y York la diversidad parasitaria era mayor, incluyendo tenias.
Aunque existan ideas preconcebidas y romantizaciones sobre cómo era ser un soldado romano, el Dr. Andrew Birley, director ejecutivo de Vindolanda Charitable Trust, tiene claro que no era nada fácil: “Las excavaciones en Vindolanda siguen encontrando nueva evidencia que nos ayuda a comprender las increíbles dificultades que enfrentaron quienes fueron destinados a esta frontera noroccidental del Imperio Romano hace casi 2000 años, desafiando nuestras preconcepciones sobre cómo era realmente la vida en un fuerte y ciudad fronteriza romana”.
**REDACCIÓN FV MEDIOS**