El ayuno intermitente es la dieta de moda. Al menos entre los científicos que estudian sus efectos en el microbioma
Pablo Martínez-Juarez
El cuerpo humano alberga billones de organismos microscópicos, predominantemente situados en el tracto digestivo. En las últimas décadas, las investigaciones sobre el papel crucial que desempeña este ecosistema han avanzado significativamente, abarcando aspectos que trascienden la salud gastrointestinal.
La composición de nuestro microbioma está influenciada por diversos factores. Entre los más destacados se encuentran la genética, el entorno, las personas con las que convivimos, los medicamentos que utilizamos y nuestros hábitos diarios. Sin embargo, la alimentación ha emergido como uno de los elementos más determinantes en esta compleja interacción.
Las decisiones dietéticas que tomamos impactan de manera considerable en nuestro microbioma. Por ejemplo, la presencia de patógenos como la bacteria Clostridium difficile puede alterar el equilibrio del “ecosistema” intestinal. Aunque no siempre provocan condiciones patológicas graves, los nutrientes que consumimos, como la fibra, son esenciales para mantener la diversidad microbiana en nuestro tracto digestivo.
En este sentido, la selección de alimentos se convierte en un aspecto crucial; las decisiones sobre lo que optamos por no consumir también tienen repercusiones significativas. Adoptar un régimen alimenticio implica tomar decisiones informadas que, aunque frecuentemente se centran en la pérdida de peso, trascienden este objetivo. Los cambios en nuestros hábitos alimenticios pueden producir efectos variados, tanto positivos como negativos, en nuestro microbioma.
En los últimos años, el ayuno intermitente ha generado un creciente interés. Estas dietas, que limitan temporalmente la ingesta calórica, han atraído la atención de la comunidad científica debido a sus potenciales efectos beneficiosos sobre la salud.
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