Miguel Jorge
Miguel Jorge
En la guerra que se libra en Ucrania tras la invasión de Rusia hemos visto un gran número de tácticas inéditas en el frente. Por ejemplo, drones que buscan precisamente que los atrapen, o lanchas no tripuladas capaces de derribar cazas. También hemos visto emplear “trucos” de la Primera Guerra Mundial, como la ilusión óptica o el uso de escopetas de doble cañón. Sin embargo, lo que no se había visto hasta ahora era, literalmente, enterrar un tanque de combate.
El zumbido de un dron. La historia viene, en realidad, de meses atrás. En los densos bosques que rodean Toretsk, una ciudad en llamas al este de Ucrania, el sonido de la guerra había cambiado de timbre en octubre: ya no era solo el estruendo de la artillería lo que definía el campo de batalla, sino el zumbido constante de los drones que surcaban los cielos en busca de objetivos.
En Donetsk, los soldados de la 28ª Brigada Mecanizada Separada aguardaban instrucciones con sus T-64 modernizados, aunque ya no son los protagonistas imponentes que solían ser. La era del tanque dominante ha dado paso a una nueva etapa: la del tanque cauteloso, obligado a adaptarse a una guerra dominada por ojos electrónicos y ataques aéreos en miniatura.
La pérdida de invulnerabilidad. Aquella escena se ha ido repitiendo en otros tantos escenarios de la guerra en Ucrania. El T-64 es el mejor ejemplo, ya que fue en su momento un símbolo de poder invencible: ese que se decía que al sentir el motor rugir bajo los pies infundía la ilusión de que nada podía tocarle. Sin embargo, esa sensación se ha desvanecido. Lo que antes era una ventaja estratégica hoy se ha convertido en una exposición al peligro.
Los tanques, ya sean modelos soviéticos o modernos M1A1 Abrams estadounidenses, están siendo retirados del frente, no por falta de potencia, sino por su vulnerabilidad frente a drones FPV de bajo coste, que por apenas 500 dólares pueden destruir máquinas valoradas en millones. La guerra se ha convertido en una ecuación de asimetrías tecnológicas donde lo pequeño derrota a lo colosal.
La guerra aérea invisible. Hoy ya es una realidad bélica: en la extensa línea del frente ucraniano, de más de 1.100 kilómetros, la guerra moderna ya no se libra solo sobre el terreno, sino también en el aire, donde esos enjambres de pequeños drones explosivos sobrevuelan sin descanso en un vuelo letal de vigilancia y destrucción. Cada mes, tanto las fuerzas ucranianas como las rusas lanzan alrededor de dos millones de drones FPV, las diminutas máquinas guiadas a distancia capaces de transportar cargas explosivas suficientes para destruir vehículos o acabar con una vida.
Su tamaño, velocidad y capacidad de maniobra las convierten en cazadores implacables de objetivos móviles o estáticos, especialmente de piezas de artillería, tanques y posiciones fortificadas. Estas amenazas aéreas, qué duda cabe, han transformado por completo la estrategia en el frente, desplazando el combate desde la superficie hacia el subsuelo en lo que ya se perfila como una era de esos blindados cautelosos que comentábamos.
Nace la artillería subterránea. Ante este escenario, cada vez más unidades artilleras ucranianas han comenzado a excavar madrigueras profundas en el terreno, ocultando no solo a sus tripulaciones sino también a sus voluminosas piezas de artillería. Hay ejemplos de vídeos difundidos que muestran a una batería ucraniana operando un 2S1 Gvozdika, un obús autopropulsado de 18 toneladas, alojado bajo tierra en un refugio excavado con maquinaria pesada.
La entrada está cubierta por troncos y una red gruesa que pretende interceptar drones enemigos. Es tal la profundidad de la posición que incluso al vehículo le cuesta emerger para disparar. También hay fotografías oficiales del 36º Regimiento de Infantería de Marina ucraniano que revelan que estas posiciones subterráneas no son casos aislados, sino una tendencia que se extiende a lo largo del frente, especialmente en zonas expuestas como la frontera con la región rusa de Kursk.
Trinchera 2.0. La evolución del conflicto ha devuelto al soldado moderno a una forma de vida enterrada, pero esta vez con tecnología del siglo XXI. La amenaza constante desde el cielo ha forzado un rediseño completo de las tácticas de despliegue y ocultación. Desde ese prisma, ya no basta con camuflaje visual: se necesitan capas de tierra, estructuras reforzadas y una capacidad logística que permita enterrar maquinaria pesada con seguridad.
Contaban en Forbes que cuando no disparan, los vehículos deben permanecer ocultos bajo tierra, listos para emerger solo el tiempo necesario para ejecutar una misión de fuego antes de volver a desaparecer bajo la protección del suelo. Esta lógica de movimiento se traduce en una forma de combate sigilosa, metódica y esencialmente defensiva, alejada del dinamismo tradicional que caracterizaba a los blindados.
Drones y respuesta táctica. Si bien los drones FPV son mortales, no son invulnerables. Los controlados por radio pueden ser neutralizados mediante interferencias electrónicas, mientras que los guiados por cable de fibra óptica pueden delatar la posición del operador si el cable es rastreado. Aun así, su proliferación ha alcanzado tal magnitud que el terreno ya no ofrece protección suficiente sin intervención mecánica intensiva.
Redes, blindaje, trampas, estructuras improvisadas… en la guerra en Ucrania nada parece suficiente ante la vigilancia constante de esos miles de ojos voladores. De ahí que la tierra, espesa y silenciosa, ofrezca una defensa verdaderamente eficaz. Esto explica también por qué tantas unidades ucranianas han iniciado campañas de recaudación para adquirir excavadoras, entendiendo que su supervivencia ya no depende únicamente de las armas, sino del acceso a maquinaria civil capaz de abrirles un refugio bajo la superficie.
Adaptación a la urgencia. Así, lo que comenzó como una reacción improvisada ante el incremento de ataques aéreos no tripulados se ha consolidado como un nuevo patrón táctico. En una guerra tecnológicamente saturada, donde la visibilidad significa vulnerabilidad y la movilidad implica riesgo, esconderse se ha convertido en estrategia.
La artillería, antaño símbolo de potencia y visibilidad en el campo de batalla, ahora se entierra como un botín en peligro. Un giro extraño, pero quizás inevitable, en un conflicto donde la inteligencia artificial, la miniaturización tecnológica y la guerra asimétrica han relegado al ser humano y su maquinaria a buscar en el subsuelo una forma de persistir.
Imagen | UKRAINIAN DEFENSE MINISTRY, 36TH MARINE BRIGADE
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