Título: Si la pregunta es si era necesaria una nueva versión de macOS cada año, la respuesta de Apple es: pequeñas mejoras prácticas
Contenido:
Javier Pastor
Javier Pastor
¿Cómo mejorar un producto de forma notable año tras año? ¿Cómo hacerlo cuando ese producto ha estado presente durante más de dos décadas y ha alcanzado un alto grado de madurez? Este es el desafío que enfrenta Apple cada año con macOS, el sistema operativo que dirige sus computadoras desde que OS X hizo su debut en 2001.
En este (casi) cuarto de siglo, macOS ha evolucionado, pero lo sorprendente es que no lo ha hecho tanto. Un usuario que utilizara un Mac en sus inicios no se sentiría completamente extraño al usar uno en la actualidad. Aunque se pueden observar cambios y numerosas funciones modernas, la esencia de la interfaz se ha mantenido, y esto se debe a una razón fundamental: funciona.
Para adaptarse a los nuevos tiempos, Apple se impuso una norma: lanzar una nueva versión de macOS —y posteriormente de los demás sistemas operativos— cada año. Esta decisión fue razonable al principio, pero ese ritmo se ha convertido en un doble filo que, quizás no es una condena, pero sí juega en su contra.
En los primeros años, era lógico esperar grandes cambios en funciones y prestaciones, pero en las últimas ediciones, esto ha cambiado notablemente. No había tanto por explorar, y hace tiempo que no se presentan sorpresas realmente impactantes.
En lugar de eso, Apple ha centrado sus esfuerzos en algunas áreas específicas del sistema operativo, buscando realizar avances significativos en ciertas prestaciones. Analicemos lo que ha sucedido en las tres últimas versiones de macOS:
No es que ninguno de esos cambios llame especialmente la atención. De hecho, pueden resultar decepcionantes para los usuarios más exigentes. “¿De verdad esto es lo único que cambia tras todo un año?”, es una pregunta válida, pero hay varios factores que explican esta aparente falta de ambición.
El primero es la madurez del sistema operativo. Con macOS, nos enfrentamos a un sistema veterano y sólido en el que prácticamente todo funciona como se espera. Apple ha estado puliendo el sistema a lo largo del tiempo, lo que ha permitido consolidar las mecánicas mientras se implementaban pequeñas mejoras.
De esta manera, macOS se ha adaptado silenciosamente a los nuevos tiempos, con cambios internos, soporte para nuevos estándares y protocolos, así como la compatibilidad con los dispositivos que han formado parte del ecosistema de la compañía. Un claro ejemplo de esto es Continuity, el sistema que conecta el iPhone con el Mac y que debutó hace más de una década.
Esta madurez también está relacionada con el segundo factor que contribuye a la aparente falta de ambición de Apple. El famoso “si funciona, no lo toques” cobra más sentido que nunca, y no es necesario reinventar la rueda cuando, en la mayoría de los casos, todo opera como debería.
Además, existe un tercer factor importante. Realizar cambios es más sencillo cuando se tiene un número reducido de usuarios y el sistema operativo, plataforma o aplicación está en sus primeras etapas. Sin embargo, la situación se complica cuando, como en el caso de Apple, se cuenta con más de 1.000 millones de usuarios que utilizan sus dispositivos. Un cambio, por pequeño que sea, puede afectar la vida de millones de personas y generar innumerables conflictos. Por lo tanto, es vital tener un cuidado extremo al implementar modificaciones, que no pueden ser radicales ni en forma—por ello Liquid Glass no es “tan distinto”— ni en función —imaginemos que de repente se cambiaran los atajos de teclado o la forma de usar Finder.
Apple es consciente de esta situación y, ante el reto de presentar un nuevo sistema operativo cada año, ha optado por una estrategia razonable. Lo que intentan no es sorprender con cambios radicales, sino aportar pequeñas mejoras prácticas que buscan facilitar la vida de los usuarios.
Editado con FGJ CONTENT REWRITER