Tras años de búsqueda de planetas que pudieran servir como una Tierra 2.0, en 2015 se produjo un hallazgo clave. Gracias al telescopio TRAPPIST, se descubrió una estrella enana ultrafría con tres planetas a su alrededor. El hallazgo se publicó en 2016, pero un año después se confirmó que el sistema albergaba un total de siete planetas de tamaño terrestre. La conclusión era clara: había que seguir investigando, pues existían posibilidades de que alguno de ellos pudiera albergar vida.
TRAPPIST-1 —llamado así por el telescopio que lo descubrió— se convirtió en el «santo grial» de la búsqueda de vida extraterrestre. La estrella, situada a 40 años luz de distancia, cuenta con tres planetas en la denominada «zona habitable», el rango orbital con condiciones teóricamente idóneas para la vida. El entusiasmo inicial estaba justificado: se trataba de planetas pequeños y rocosos, no gigantes gaseosos, y la estrella, al ser tan tenue, creaba una zona templada que favorecería dichas condiciones.
Distintos modelos climáticos sugirieron que bastaría un leve efecto invernadero para que alguno de estos mundos pudiera albergar agua líquida en su superficie. Sin embargo, el telescopio James Webb (JWST), que tantos descubrimientos ha proporcionado, ha sido el mismo que ha desmontado casi por completo la narrativa de TRAPPIST-1 como sistema prometedor para la vida.
Así, en menos de una década, estos planetas han pasado de ser el lugar más esperanzador de nuestro vecindario cósmico a convertirse en otro grupo de exoplanetas rocosos más.
Existen múltiples motivos para buscar vida extraterrestre: desde razones filosóficas —la eterna pregunta de si estamos solos en el universo— hasta científicas, como comprender la resistencia de la vida en condiciones extremas, el origen y la evolución del cosmos, e incluso compararnos con otras formas de vida. También hay motivaciones prácticas, como experimentar en otros entornos, obtener recursos o, en un futuro lejano, encontrar un nuevo hogar.
Los telescopios utilizados inicialmente para observar el sistema eran adecuados para una primera exploración, pero recientemente la tarea ha recaído en uno de los instrumentos más potentes de los que disponemos: el James Webb Space Telescope (JWST). Al estar situado en el espacio, este telescopio ofrece una nitidez y un nivel de detalle inalcanzables para los observatorios terrestres.
Sin embargo, cuando el JWST se ha dirigido hacia TRAPPIST-1, las expectativas se han desinflado. Sus observaciones se han centrado en los planetas interiores —TRAPPIST-1b, c y d— y la conclusión es que su habitabilidad es muy improbable debido a la ausencia de atmósfera o a la presencia de una capa atmosférica tan delgada que no protegería al planeta de la radiación estelar, lo que resultaría en superficies demasiado calientes para la vida.
Cualquier indicio de atmósfera detectado en un principio ha quedado prácticamente descartado. Como se recoge en Space, investigadores de la Universidad de Arizona señalan que, según los datos más recientes, la señal tentativa de atmósfera reportada anteriormente probablemente era solo «ruido» procedente de la estrella anfitriona.
Si en un principio la estrella nos dio esperanzas al no parecer una «asesina» de planetas, ahora ha pasado al extremo opuesto. Es posible que el bombardeo de radiación permitiera el desarrollo de microbios extremófilos, pero para ello se necesitaría una atmósfera más densa, algo que el JWST no ha detectado.
No obstante, no todo está perdido. Aunque los planetas b, c y d ya no parecen habitables, la gran esperanza ahora recae en e, f y g. Estos se encuentran en órbitas más templadas, donde el equilibrio entre radiación y pérdida atmosférica podría favorecer la existencia de una atmósfera más densa y, por tanto, de vida. De entre ellos, TRAPPIST-1e es considerado el más prometedor.
Hace unas semanas, un artículo describió cómo el JWST observó TRAPPIST-1e durante cuatro tránsitos distintos, cuando el planeta se encontraba más cerca de su estrella. El espectrógrafo de infrarrojo cercano del telescopio registró cambios sutiles en la luz a su alrededor, lo que podría indicar la presencia de compuestos químicos en la atmósfera. Los investigadores estiman que esta podría estar compuesta principalmente por nitrógeno y metano, y no por dióxido de carbono como en Venus o Marte.
Pero la duda persiste: ¿se trata de una atmósfera real o es nuevamente ruido estelar? Es una posibilidad que no se descarta, por lo que los científicos subrayan la necesidad de más observaciones y análisis. Los investigadores afirman que «si TRAPPIST-1e tiene atmósfera, es habitable». Una afirmación audaz, pero que deja abierta la pregunta clave: ¿existe realmente esa atmósfera?
Por ahora, sigue siendo un enigma. El siguiente paso permitirá a los científicos descartar la habitabilidad del planeta o renovar la emoción. ¿Qué harán? Observar el tránsito de TRAPPIST-1e cuando coincida con el de TRAPPIST-1b. De este modo, la señal de «e» no estará contaminada por el ruido de su estrella y los astrónomos podrán «separar lo que hace la estrella de lo que ocurre realmente en la atmósfera del planeta, si es que la tiene».
En resumen, aún queda un hilo de esperanza, pero es mejor no ilusionarse demasiado con un planeta que, aunque esté «aquí al lado» en términos cósmicos, se encuentra en la infinita vastedad del universo.
**REDACCIÓN FV MEDIOS**