En el mundo de la física teórica, los artículos suelen ser textos áridos, repletos de ecuaciones. Sin embargo, un reciente estudio ha roto esta norma. Aunque su contenido es rigurosamente técnico, ha sido una pequeña nota a pie de página la que ha capturado la imaginación del público: una referencia directa a las implicaciones teológicas de su descubrimiento matemático.
Para entender la referencia a Dios, primero hay que comprender la conclusión principal del documento. Harlow y su equipo abordan el problema de la gravedad cuántica en un universo cerrado. A diferencia de los modelos teóricos habituales que tienen ‘fronteras’, un universo cerrado no tiene bordes, ni un ‘exterior’, ni nada más allá.
El estudio sugiere que el universo no posee una inmensa variedad de estados posibles. Es un estado único, estático y trivial, por lo que todo lo ocurrido o por ocurrir estaría contenido en una única dimensión.
Aquí es donde entra la frase que ha sacudido las redes: si estamos en un sistema cerrado con un solo estado posible, no hay lugar para un observador externo. Es decir, para un Dios.
Esto choca frontalmente con la física tradicional y con muchas concepciones teológicas y religiosas que postulan la existencia de alguien o algo que observa el sistema con todos sus cambios. Para los investigadores, sin embargo, estas implicaciones son más un ejercicio para el lector. Ellos se limitan a exponer su conclusión matemática.
Tal como recogen medios como IFLScience y Knewz, este comentario es un ‘guiño’ humorístico pero profundo. El artículo no intenta probar ni refutar la existencia de una deidad, sino señalar una paradoja estructural.
Lo que señalan es que, si el universo lo contiene todo y su estado es único, no se puede estar ‘fuera’ de él. Esto contradice la idea teísta clásica de un Dios que existe separado de su creación y la observa desde el exterior. Para estos científicos, sencillamente, no existe tal exterior.
El físico y divulgador Brian Cox calificó el documento y su atrevida nota a pie de página como ‘exhilarating’ (estimulante), destacando cómo una cuestión puramente matemática sobre espacios de Hilbert termina rozando preguntas que solían ser dominio exclusivo de la metafísica.
El artículo plantea una dicotomía fascinante que algunos filósofos de la física ya están analizando. Lo que proponen es que, si el ‘ojo de Dios’ viera el universo, solo vería un punto estático sin cambio alguno. Pero nosotros, desde dentro, experimentamos un universo rico, caótico y complejo.
Los autores resuelven esta aparente contradicción matemáticamente mediante la teoría de códigos cuánticos y la holografía, sugiriendo que la complejidad es una ilusión de la perspectiva interna. Pero la ironía teológica persiste: si Dios es la realidad fundamental, entonces la realidad es increíblemente simple. Somos nosotros quienes la complicamos al observarla desde dentro.
**REDACCIÓN FV MEDIOS**