Miguel Jorge
Miguel Jorge
Comenzó hace unos días, cuando la primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, declaraba ante el parlamento que una agresión china contra Taiwán podría constituir una “situación de amenaza para la supervivencia”, la fórmula legal que permitiría a Tokio emplear la fuerza en apoyo de sus aliados. Con sus palabras, no solo rompía la “ambigüedad estratégica” mantenida durante décadas por Japón, abría así una caja de pandora que a esta hora pende de una línea muy delgada.
El estallido. Como decíamos, el gesto de Takaichi, que rompía con décadas de cautela y “ambigüedad estratégica” en torno a la cuestión taiwanesa, fue interpretado por Pekín como una provocación directa y una señal de que el nuevo gobierno japonés estaba dispuesto a alinearse más abiertamente con Washington y Taipéi en el escenario más sensible de Asia-Pacífico.
La reacción china fue inmediata: convocó al embajador japonés con un lenguaje inusualmente duro, emitió editoriales oficiales calificando las palabras de Takaichi de “fundamentalmente perversas” y advirtió que cualquier intervención japonesa sería un fracaso destinado a convertir “a todo el país en un campo de batalla”. Ese giro agresivo, más propio de momentos de máxima tensión que de la diplomacia rutinaria, anunciaba que Pekín no estaba dispuesto a dejar sin respuesta un cambio de postura que afecta a uno de sus intereses vitales.
Se activa el frente militar. Mientras cargaba políticamente contra Tokio, China abrió un segundo frente en el terreno militar. El más “vistoso”: la llegada de buques de su guardia costera en misión de patrullas dentro de las aguas de las islas Senkaku (administradas por Japón pero reclamadas por China como Diaoyu), un paso más en un teatro donde ambos países compiten desde hace años, pero cuyo significado es distinto en pleno choque diplomático.
Simultáneamente, el Ministerio de Defensa de Taiwán detectó treinta aeronaves, siete buques y un navío oficial chino operando alrededor de la isla en solo 24 horas, con mapas que mostraban drones acercándose peligrosamente a Yonaguni, la isla japonesa situada a apenas 110 kilómetros de la costa taiwanesa.
La línea roja. China lleva meses combinando estos “patrullajes conjuntos” con vuelos intrusivos en la ADIZ taiwanesa como parte de una estrategia de presión persistente, pero hacerlo justo tras las declaraciones de Takaichi convertía esas maniobras en un mensaje dirigido a Tokio tanto como a Taipéi.
Para Japón, ver drones militares chinos bordeando sus islas más meridionales es una advertencia de que cualquier choque en el Estrecho de Taiwán tendría repercusiones directas sobre su territorio, un recordatorio de que su seguridad está ligada inexorablemente al futuro de la isla autogobernada.
El frente económico. La segunda línea de respuesta china llegó por la vía económica, una herramienta que Pekín ha perfeccionado en disputas anteriores con Australia, Corea del Sur o Estados Unidos. Primero emitió un aviso de viaje a sus ciudadanos alertando del “aumento de riesgos” en Japón, después urgió a reconsiderar estudios en el país, afectando directamente a los más de 123.000 estudiantes chinos matriculados en centros japoneses, y a continuación permitió que las principales aerolíneas chinas reembolsaran gratuitamente billetes a Japón.
Esa secuencia, aparentemente dispersa, tiene una lógica meridianamente clara: en un país donde los visitantes chinos representan cerca de una cuarta parte del turismo total, basta con un aviso diplomático para sacudir a un sector entero. La Bolsa japonesa lo evidenció: Shiseido, Uniqlo, Isetan-Mitsukoshi, Takashimaya y las aerolíneas JAL y ANA sufrieron caídas de entre el 5 y el 12%, mientras Oriental Land, operadora de Tokyo Disney Resort, se dejaba casi un 6%.
Bola extra. No parece, por tanto, que estemos ante una simple fluctuación bursátil, sino la señal de que un actor económico gigante puede, con una frase en una web oficial, comprometer ingresos vitales para un país vecino y recordarle la asimetría de poder económico entre ambos.
Como recordaba el analista geopolítico francés Arnaud Bertrand para poner la situación en perspectiva, desde el punto de vista de China, es como si Macron anunciara oficialmente que el ejército francés defendería militarmente Cataluña de España, justo después del aniversario de la derrota de Napoleón y el fin de la ocupación francesa de España. Dicho de otra forma, una clase de provocación desmesurada si, además, tenemos en cuenta que se produce poco después del 80 aniversario del fin de la ocupación colonial japonesa de Taiwán y la Segunda Guerra Mundial.
La dimensión política. Más allá del turismo y la educación, contaba Bloomberg hace unas horas que Pekín permitió que cuentas afiliadas a su aparato mediático anunciaran que estaba “plenamente preparada para represalias sustantivas”. Las insinuaciones abarcan desde sanciones selectivas hasta restricciones comerciales, suspensión de contactos diplomáticos o medidas militares simbólicas, un repertorio que China ya aplicó con dureza contra Corea del Sur tras el despliegue del sistema antimisiles THAAD en 2017.
Esa referencia histórica no pasó desapercibida: entonces, el boicot turístico y la presión sobre empresas surcoreanas restaron 0,4 puntos al PIB del país, una cifra lo bastante contundente como para servir de advertencia. Para Tokio, la amenaza no llega en el vacío: China es su principal socio comercial y proveedor de materiales críticos, un talón de Aquiles que Pekín conoce y explota cuando necesita marcar límites. Con todo, la ofensiva china apunta a más allá del castigo japonés: busca también disuadir a otros gobiernos (particularmente europeos) de pronunciarse sobre Taiwán, tras el reciente gesto de la UE al recibir a un vicepresidente taiwanés por primera vez en décadas.
Y Taiwán en el centro. Lo hemos ido contando durante el año. El elemento que da coherencia a esta crisis es la cuestión taiwanesa. Para Pekín, la unificación es un imperativo político y militar, y cualquier mención a la posibilidad de que Japón intervenga constituye una línea roja. Para Tokio, la proximidad geográfica convierte cualquier invasión china en una amenaza existencial: la caída de Taiwán podría situar a la armada china a un paso de las rutas marítimas que sostienen la economía japonesa.
Por eso Takaichi evocó la figura de “situación de supervivencia”, una categoría de la ley de seguridad de 2015 que permite actuar si un ataque a un aliado supone un riesgo crítico para Japón. Esa frase, al hacer explícito lo que antes se dejaba en el terreno de lo implícito, ha desencadenado un movimiento sistémico de mensajes, presiones y maniobras que trasciende a la propia primera ministra. Taiwán, por su parte, ha denunciado que China está “socavando la estabilidad del Indo-Pacífico” mediante ataques diplomáticos a Japón, consciente de que cualquier fricción entre Tokio y Pekín altera el equilibrio de su propia supervivencia.
Un equilibrio inestable. En definitiva, la combinación de incursiones marítimas y aéreas, advertencias de viaje, amenazas económicas, convocatorias diplomáticas y campañas propagandísticas muestra que China opera en múltiples capas simultáneas, difuminando la línea entre lo militar y lo civil, entre la presión económica y la coerción psicológica. Japón intenta responder sin escalar, enviando diplomáticos a Pekín y recordando que la relación bilateral debe mantenerse estable, pero lo hace mientras su opinión pública aparece dividida sobre si debe o no intervenir en defensa de Taiwán.
Quizás por ello, el riesgo central es que esta dinámica de zona gris, donde cada paso pretende ser reversible, acabe generando un incidente no deseado: un dron demasiado cerca de Yonaguni (Europa da fe de ello), un choque accidental en las Senkaku, un editorial mal interpretado o una cancelación en masa de turistas que fuerce a Tokio a reaccionar.
Así, lo que comenzó como una frase parlamentaria se ha convertido en un examen temprano para el gobierno de Takaichi, y en una demostración del repertorio de contrataque de Pekín junto a un recordatorio de que, posiblemente, el Pacífico occidental vive la fase más tensa, delicada y explosiva de su historia reciente, con Taiwán en el epicentro del tablero y dos potencias vecinas calibrando hasta dónde pueden presionarse sin cruzar el umbral de la confrontación abierta.
Imagen | 中華民國總統府, Al Jazeera English, 최광모 (Choe Kwangmo), Trong Khiem Nguyen
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